sábado, 16 de abril de 2016

Las Cuatro Esquinas del Tiempo de Paco Mateos en El 1900 company bar Hue...



Las cuatro esquinas del Tiempo

El poeta miró su pobre corazón y se echó a reír: siempre había
sabido que los golpes duelen, que las musas son infieles, el amor
pasajero y que las ilusiones se desvanecen al amanecer. Mis
pérdidas son doble ganancias, decía Juan el Camas, que en gloria

esté, corazón vulnerable y valiente, sigue abierto porque me hace
sentir vivo, dijo Paco, que Dios lo bendiga. Según la filosofía china,
el hombre que consigue renunciar a su objetivo y seguir
con más firmeza el camino que lleva a este objetivo se acerca a

la sabiduría, porque ha dejado de proyectarse, lo que le obligaba a
precipitarse, cada movimiento busca la armonía con el espacio y cada uno
de sus gestos está en simbiosis con el tiempo.







miércoles, 13 de abril de 2016

PACO MATEOS EN LAS NOCHES DEL 1900

ESTE JUEVES 14 DE ABRIL A LAS 9 DE LA NOCHE, TENEMOS COMO INVITADO EN NUESTRA TERTULIA LITERARIA A PACO MATEOS, QUE NOS PRESENTARA SU ULTIMA PUBLICACIÓN; LAS CUATRO ESQUINAS DEL TIEMPO.
 Sera presentado y estará acompañado por la escritora Pepa Virella.

martes, 12 de abril de 2016

Alfonso Pedro Domínguez en Las Noches del 1900. Huelva





La historia arranca con un barreno, uno de esos bocados a la tierra que en las zonas mineras a cielo abierto eran tan frecuentes hasta hace bien poco. Historia de las duras condiciones de vida en la comarca minera de Riotinto durante los primeros años de posguerra y de una lucha minera abierta desde siempre.
Cristóbal, joven minero comprometido con esa lucha, se verá envuelto, junto a sus compañeros y amigos, en una serie de turbios acontecimientos que harán que sus vidas y las de sus familias corran considerable riesgo al enfrentarse tanto a la compañía minera como al poder establecido. Mercedes, novia de Cristóbal, evolucionará desde el miedo y la sumisión a coprotagonizar las acciones en la búsqueda de dignificar la vida de sus convecinos.
El desenlace del conflicto no dejará indiferente a nadie en el pueblo.
Esta es la historia que nos plantea y describe Alfonso Pedro Domínguez (Huelva, 1961) en la novela que presenta dentro de la colección “100×100 autores onubenses” proyecto conjunto entre Editorial Niebla y Diputación de Huelva.

martes, 5 de abril de 2016

Miguel Díaz Cruzado - Expone en la Sala bar 1900 Huelva

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 MIGUEL DÍAZ CRUZADO

1948. Miguel Díaz Cruzado nace en San Juan del Puerto (Huelva).
1953-1963. Cursa estudios en Santa Isabel de Hungría (Sevilla) y Escuela Masana (Barcelona).
1962. Con 14 años obtiene el Primer Premio de Dibujo del Certamen Juvenil de Pintura de Huelva.
1963. Con 15 años obtiene la Medalla de Bronce de Pintura del Certamen Puerta de Hierro de Madrid.
Viaja a Barcelona para trabajar como dibujante en Cedigesa.
1977. Viaja por Europa, y trabaja para colecciones particulares en Francia, Suiza, Holanda y Alemania, donde conoce al director del Museo Contemporáneo de Bochum, el Dr. Spildman, pasando a trabajar para él en su colección privada.
1979. Se instala en Italia, pintando para diversas galerías, entre ellas, la Galería Piaccentini en Ancona.
1981. Vuelve a España. En Málaga, en colaboración con el Colegio de Arquitectos, Ministerio de Cultura y Galería Manuela, realiza una exposición simultánea, y queda inscrito en el Libro de Oro de Picasso, colaborando en su Centenario, como artista invitado.

sábado, 2 de abril de 2016

Julio Moya en La Sala bar 1900 Huelva 31 marzo 2016





Escrito de Manuel Moya, leído por Rafa Nuñez para la presentación de Julio Moya, en esta extraordinaria noche como alternativa en el 1900. Aquí tenemos un futuro maestro. Va por ti, Julio.
Conozco el 1900 desde hace justo 23 años. Recuerdo perfectamente la fecha porque me hallaba en Huelva con ocasión del nacimiento de Julio, nuestro segundo hijo, que vino al mundo la segunda semana de abril de 1993 en el viejo hospital de Manuel Lois o el Agromán, como le llamábamos en el pueblo. Aquella tardenoche del jueves salí del portal de María Auxiliadora, 12, rodeé el colegio de monjas, pasé ante la guitarra carcomida de la Peña Flamenca, tomé la entonces ya depauperada calle San Sebastián abajo, justo por la callejuela donde antes estuvo el cementerio, pasé ante la Jangarilla y al llegar a la Palmera me desvié por la calle Palos para ver si veía a mi buen amigo Matías, que no estaba en su tasca, de modo que atravesé la Gran Vía tomada por la primavera, dejé atrás la calle Concepción a la altura del viejo Zeppelin, y tímida, recatadamente me deslicé por la calle que conducía a la estación, donde me habían dicho que andaba ese misterioso pub llamado 1900. Y efectivamente allí estaba, como lo delataban dos o tres chicos que andaban enfrascados en papeles de fumar y risas conspirativas. ¿Poetas?, me pregunté. Sí, por qué no, tal vez fueran poetas. Sin pensarlo dos veces, dirigí mis pasos hacia el interior de aquel garito donde era fama se reunían moteros, poetas y bohemios de toda laya. Extraña conjunción, me dije, pasando ante el cuadro de Toro Sentado y la calavera de la vaca, verdaderas advocaciones del lugar.

Me acerqué a la barra con precaución, o tal vez con el recelo de encontrarme en un ambiente donde la solemnidad o la pose lírica acabaran por desanimar definitivamente a un vate secreto, como yo lo era hasta ese mismo instante, y con todo el tacto del que era capaz pedí un coñac. Ya entonces la cosa estaba concurrida y una chica guapa y voluntariosa repartía libros con el título Primeras hostias, un título que le venía como anillo al dedo a un tipo que por primera vez en su vida se enfrentaba a un ambiente lírico, donde, como he comprobado más tarde, casi nunca faltan las hostias verdaderas y las otras, que acaban por ser aún más verdaderas y dolorosas. Pero no nos pongamos solemnes y caedizos. Digamos que no hice más que acercarme a la barra, cuando la chica, extendiéndome un ejemplar, añadió prosaicamente, “son 100 pelas”. Yo le solté los veinte pelotes, alguien mandó callar y por el momento todo quedó en eso. El lugar era oscuro, atestado de gente pinturera y de humo -siempre los poetas se han entendido bien con el humo y la pinturería-. Tintineaban los hielos en los vasos, Antonio, un tipo con pinta de senador latino, alzaba la botella y la luz de la barra en combinación con el humo ceremonial iluminaba dócil, tenebrosamente el chorro de coñac que caía, tan nervioso como yo mismo, sobre la alborozada copa. A mi lado cuchicheaban los poetas entre sí, tal vez ensayando endecasílabos o royendo el duro hueso de los celos literarios, pero a la voz de silencio, todos, acólitos e iniciados, poetas y compaña, diletantes y letraheridos se aprestaron a dar comienzo a la liturgia prevista. Durante cerca de una hora, uno tras otro, los poetas se fueron acercando al estrado que, como hoy, se halla al fondo del local, y cada cual a su modo leyó su pequeño relato, su poema inscrito ya en aquel fanzine titulado, y no importa repetirlo, Primeras hostias. Para mí, pueden entenderlo, aquello era como una misa de iniciación y todos los que fluctuaban por aquel ambiente parecían adquirir un halo sagrado, conventual y, por qué no, inhóspito. ¿Entonces eran éstos los poetas de Huelva? A decir verdad, ninguno de aquellos chicos sonaba de nada a quien, como yo, frecuentaba las librerías onubenses desde al menos seis o siete años antes. ¿Se trataría, pues, de chicos que salían sólo al atardecer, cuando las luces de la ciudad esculpían sus sombras licantrópicas en el asfalto ya frío y las musas andaban taconeando desde los portales elegíacos del Matadero o Las Tres Ventanas hasta aquel tren varado en la eternidad de la plaza Niña? La verdad es que entre tantas preguntas y tantas visitas a la copa de coñac, apenas si podía calibrar la sutileza de unos poetas que andaban a hostias con sus primeras hostias, valga la reluctancia. A medida que los intervinientes subían y bajaban del estrado, la atmósfera se iba calentando y cundía el aplauso o la carcajada, porque aquel librito/ misal parecía concebido como una especie de pugilato contra la memoria infantil y contra los tiempos bárbaros que todos habíamos tenido que mamar. El ambiente que allí se respiraba, más bien recordaba al de aquellos baretos nocturnos que tanto se veían en las películas alusivas a la segunda guerra mundial y uno esperaba en secreto la inesperada y equívoca sonrisa de Lilí Marlene empujándome hacia los lavabos o hacia los mismísimos infiernos. Al acabar el último de los vates, el aire se relajó. La chica que me había vendido el librito, volvió a mí y me devolvió las cien pesetas que yo le había soltado una hora antes. Debí dibujar una interrogante en mis labios, porque ella, que se presentó entonces como María Gómez, me confesó que sólo yo había pagado por el librito y que no era plan. Así lo dijo, que no era plan y recogí los veinte pavos, pedí otro coñac y, mucho más relajado, me fijé bien en el careto de los poetas por si alguna vez se cruzaban conmigo por la calle, en el Hipercor o vaya usted a saber. Entre ellos sólo había un nombre vagamente conocido: Uberto Stabile. ¿Quién sería ese tal Uberto Stabile?, me preguntaba. Por el porte di en creer que se trataba de un tipo bovino, cabezón, afantochado y atorrante que a falta de mejor pose había adquirido ese andar con el que andan todos los villanos de todas las películas de serie B. Pero no, no era aquel tipo Uberto Stabile, como supe después. Uberto, un tipo afable, delicado y voluntarioso, se me presentó antes de irme. No recuerdo si le dije que yo pertenecía, aunque de manera anónima, a la cofradía lírica. Tal vez se lo dijera, sí. A esas alturas, qué podía perder.